miércoles, 7 de marzo de 2012

Manifestaciones de la inteligencia en los primates.

"Primos primates"

Por: Isaac Bigio

En todo el 2012 Suramérica y el mundo deberá estar conmemorando el 180 aniversario del viaje de Charles Darwin, quien partió de Inglaterra el 27 de diciembre de 1831, en una travesía a Suramérica y a las Galápagos donde sus observaciones sobre la naturaleza produjeron la teoría de la evolución, la cual sigue revolucionando a nuestra ciencia.

Antes de que Darwin a fines de 1859 publicara sus descubrimientos, la versión oficial en Occidente se basaba en la descripción bíblica de la creación según la cual Dios hizo a los hombres a su imagen y semejanza y para dominar al resto de especies.
Varias caricaturas presentaban a Darwin como un mono mostrando cuán ridículo parecía ser comparar a los civilizados humanos con dichos animales inferiores.

Sin embargo, a medida que las investigaciones avanzan más, los especialistas van descubriendo cuán inteligentes y avanzados son los miembros de la familia primate, de la cual los humanos solo somos una de sus alrededor de 350 especies vivas.
Se ha establecido que nosotros compartimos un 99% de nuestros genes con los chimpancés y bonobos, con quienes tenemos un ancestro común que vivió hace 6 a 8 millones de años atrás. Bonobos y chimpancés son parecidos, aunque los primeros zanjan sus diferencias con violencia y los segundos son pacifistas que las amenguan practicando sexo entre todos.
Quienes han convivido con los chimpancés en su estado natural han revelado que ellos cazan en grupos con formaciones militares y fabrican herramientas con piedras para machacar nueces o palos como lanzas, pescadores de hormigas o "taladros" para succionar la pulpa de algunos troncos.

Los orangutanes se la pasan 9 años enseñando a sus crías cómo encontrar, escoger o tratar unas 200 plantas o frutos comestibles, evitar productos malignos o hacer camas, "paraguas" o "abrigos" de hojas contra las lluvias. Se ha comprobado que hay mucha inteligencia incluso dentro de los monos amazónicos, que eran percibidos como inferiores a los del viejo mundo. Hay capuchinos que recolectan conchas y las trituran y otros que escogen nueces que luego dejan secar al sol para después de días fraccionarlas con rocas que pesan la mitad de su peso.

Nosotros somos los únicos primates que hemos colonizado todo el planeta y mantenemos nuestra homogeneidad como especie, mientras que todas las demás se han diferenciado especializándose en distintas regiones geoclimáticas.
De allí que se puedan encontrar desde el lémur Aye Aye de Madagascar con un descomunal dedo que sirve para cazar insectos en huecos a los noctámbulos tarsos (con los mayores ojos por cabeza que hay), desde los que pesan más de 200 kilos (los gorilas) hasta menos de 125 gramos (marmosetes), o desde los babones de las alturas etíopes a los macacos japoneses que viven en nevadas de -20 grados.

Fuente: Diario Correo (Perú). 06/03/12.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Los 10 avances científicos más resaltantes del 2010, según la Revista Science.

Los grandes hitos de la ciencia en 2010 según Science

Por: Elena Sanz

Hasta este año, todos los objetos creados por el ser humano por el hombre se han movido de acuerdo con las leyes de la mecánica clásica. Pero el pasado marzo, los físicos Andrew Cleland y John Martinis, de la Universidad de California en Santa Bárbara (EE UU), diseñaron un aparato que “baila” y se mueve de un modo que sólo puede ser descrito mediante la mecánica cuántica – la serie de reglas que gobierna el comportamiento de moléculas, átomos y partículas subatómicas –. En reconocimiento del terreno conceptual en el que su experimento es pionero, la ingenuidad detrás de él y sus varias aplicaciones potenciales, la revista Science ha calificado a este descubrimiento el avance científico más significativo del 2010.

Además, la publicación ha escogido otros 9 avances científicos para formar parte de su “top ten” anual. En segundo puesto figura los avances en biología sintética protagonizados por Craig Venter y su equipo al crear la primera bacteria con genoma artificial. La lista también incluye otros hitos en genética, como la secuenciación del genoma de los Neandertales a partir de los huesos de tres individuos que vivieron en Croacia entre 38.000 y 44.000 años atrás, los avances en tecnologías de secuenciación que permite poner en marcha iniciativas como el "Proyecto de los 1000 genomas", la secuenciación de los exones de un genoma para estudiar las llamadas “enfermedades raras” y la reprogramación de células usando ARN sintético.

Dos nuevos métodos para prevenir la infección por el virus del Sida, avances en la simulación del plegamiento de proteínas, simuladores cuánticos y el “regreso de las ratas” al laboratorio para la experimentación, completan el ranking.

Una década de ciencia

Además, para celebrar el final de la década, los reporteros y editores de Science han seleccionado diez avances trascendentales para la ciencia en la primera década del milenio. Se trata del apodado “Genoma Oscuro” (la parte del genoma no codificante, más del 98%), la nueva “receta” de la composición del Cosmos, el estudio de biomoléculas antiguas (ADN, colágeno…) de decenas de miles de años de antigüedad, el hallazgo de agua en Marte, la capacidad de reprogramar células y transformarlas en pluripotentes, el microbioma, los exoplanetas, los metamateriales y los primeros intentos de construir mantos de invisibilidad, los avances en el estudio de la inflamación y la investigación sobre el cambio climático
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Fuente: Revista Muy Interesante. 16/12/2010.

Exo-planetas y galaxias retrógradas.

Retro-planetas

Por: Isaac Bigio (Internacionalista)

Indudablemente vivimos en el siglo en el cual la humanidad ha de colonizar nuevos sistemas estelares. El impacto de ello sobre la sociedad, economía, política y religión va a ser por ello mucho mayor que el que causaron los encuentros entre dos mundos que se produjeron con los viajes de Colón post-1492.

Los primeros indicios en esa dirección son los nuevos descubrimientos que vienen trastocando toda nuestra visión sobre nuestro universo.

Hasta hace una década y media los únicos planetas conocidos eran los 8 de nuestro vecindario, pero desde 1995 se vinieron encontrando los primeros fuera de nuestro sistema solar. Hoy se han clasificado más de 500 nuevos exo-planetas (es decir, que orbitan estrellas externas a la nuestra).

Estos hallazgos muestran que nuestro tipo de sistema solar no es la norma sino la excepción.

En torno a nuestro Sol hay 4 planetas calientes pequeños de roca (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) y 4 gigantes fríos de gas (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), quienes se mueven casi circularmente en la misma dirección y en el mismo paralelo que éste.

De los exo-planetas encontrados son muy pocos los que son chicos, de roca y cercanos a un astro como es la Tierra. Abundan los llamados "Júpiter calientes" que son gigantes, pero que no son helados (como nuestro Júpiter) sino que están a una distancia 100 veces más cercana a la de su estrella.

También se han clasificado exo-planetas, cuyo tamaño media entre nuestros planetas rocosos y nuestros gigantes de gas.

Al final del 2010, según New Scientist, se ha comprobado la existencia de especies de planetas que transgreden todas nuestras anteriores elucubraciones. Estos exo-planetas pueden orbitar de manera perpendicular y ovalada tras su estrella (incluso acercándose y alejándose de éstas como si fueran cometas) y hasta hay los que giran en dirección opuesta al movimiento de su astro.

Estos últimos planetas tendrían una navegación retrógrada porque podrían haber sido cuerpos que pasaron de la órbita de un sistema solar a otro o porque un choque entre planetas los hizo virar en dirección contrapuesta.

En nuestro sistema solar el único cuerpo de gran tamaño que hace eso es Tritón, una luna de Neptuno que se desplaza en dirección opuesta a la de este gigante de gas y a todos sus demás satélites. La explicación de este fenómeno es que Tritón sería un planeta enano tipo Plutón que fue capturado en la órbita neptuniana.

Sin embargo, no sólo hay lunas o planetas que giran dando marcha atrás frente al resto de su entorno sino que también hay galaxias retrógradas, las cuales no giran en torno a un agujero negro (como nuestra vía láctea y sus vecinas) sino tras un núcleo aún más brillante.

Fuente: Diario Correo (Perú). 24 de Diciembre del 2010.
Recomendado:

domingo, 11 de julio de 2010

IMPORTANCIA DE LA NOMENCLATURA CIENTÍFICA.

El lenguaje de la ciencia

Por: Tomas Unger (Divulgador científico)

Mediante la etimología (del griego 'etimos'=verdad y 'logos'= palabra) conocemos el origen de las palabras y además nos ayuda a comprender su significado

Uno de los motivos por los que muchos huyen de los temas científicos son las palabras 'difíciles'. Esto ha dado lugar a que muchos textos, por no traducir las palabras científicas o técnicas, resulten difíciles de leer y sean abandonados a mitad de camino.

Un buen ejemplo es el de la mosquita de la fruta usada para experimentos genéticos por su breve tiempo de reproducción. Su nombre científico es 'Drosophila melanogaster', palabras provenientes del griego. 'Droso' es rocío y 'philo' es inclinación, preferencia o tendencia a; melano es negro y gaster es barriga. Por consiguiente 'Drosophila melanogaster' quiere decir "aficionada al rocío, con barriga negra". Usando la misma nomenclatura, una perra bóxer que tuve sería 'Ornitofila albogaster' (aficionada a comer ave, con barriga blanca).

LAS LENGUAS CLÁSICAS

Hay buenas razones por las que las ciencias emplean raíces griegas y latinas. Los primeros tratados científicos se originaron en Grecia y la terminología que utilizaron pasó a los romanos, cuyo vocabulario mantuvo muchas raíces griegas. En Europa, el latín fue la lengua universal utilizada por la Iglesia y fue el idioma en el que se hicieron los documentos, pues los pocos que sabían leer y escribir lo hacían en latín.

Hoy nos puede parecer pretencioso que un español, un inglés o un francés hayan descrito sus investigaciones científicas en latín, pero en la Edad Media y el Renacimiento este era el único idioma en el cual podían entenderse todos, que tenía un vocabulario común y una ortografía aceptada. Newton y Leibnitz, que inventaron el cálculo infinitesimal, lo describieron en latín. La primera física experimental, que se atribuye a Galileo, fue descrita en latín, como lo fue el discurso del método de Descartes y la física de Newton.

Durante la Edad Media la ciencia en Europa pasó a segundo plano ante la religión y los eruditos se dedicaron a disquisiciones teológicas más que a las ciencias naturales. El vacío lo llenaron los árabes, que tradujeron los libros griegos y llevaron las matemáticas modernas a Europa. El nombre de álgebra viene del árabe 'Al jebr' que significa "unir partes rotas". El famoso tratado de Muhammad ibn Musa al-Khwarizmi "Kitab al-Jaber W'al-Muqabala" es "El libro de la reintegración y reducción" que introdujo el álgebra y los números arábicos a Europa. Hasta hoy nos queda en castellano un impuesto municipal cuyo origen está en el título del libro: la alcabala.

A los árabes también debemos 'alcohol', que viene de al-kuhul, un polvo usado por la mujeres para oscurecer los párpados (kahala = pintar), debido al proceso de destilación con que se asoció. La ciencia de la química viene de alquimia, al-kimiya, una combinación de árabe con la palabra griega 'khemioa', que al parecer viene de 'verter' (líquidos). En astronomía, los árabes, grandes navegantes del desierto, nos dejaron el nombre de muchas estrellas como Algol (al-ghul=el demonio) una estrella variable que cambia periódicamente de magnitud.

LINNEO Y LOS ALQUIMISTAS

Quien más hizo por la nomenclatura de la ciencia fue el botánico sueco Karolus Linnaeus, más conocido por Linneo, el padre de la taxonomía moderna (taxonomía del griego 'taxis'=ordenar y 'nomos'=administrar o nominar). En 1735 publicó el "Systema Naturae", el primer ordenamiento de la naturaleza en reinos, clases, órdenes y especies. Linneo usó principalmente el griego para describir los organismos, pero también el latín y hoy ambos se encuentran en la nomenclatura. Tenemos un rinoceronte (en griego, cuerno en la nariz) y un carnívoro felino (gato que come carne, en latín).

Actualmente a los nombres descriptivos se suele añadir el de su lugar de origen o del científico que lo descubrió o clasificó. Así tenemos desde el microbio de la encefalitis, el 'Tripanosoma gambiensis' (soma = cuerpo y trepano=en forma de taladro, de Gambia) hasta la chinchilla de los Andes ('Abrocoma bennetti') por el señor Bennett que la descubrió. Así se han clasificado cientos de miles de organismos, cuyo nombre generalmente consta de dos partes: la descriptiva en griego o latín, y la segunda, más específica, un sustantivo o el nombre de un lugar o persona.

Si bien los documentos científicos se escribían en latín y Linneo estableció el uso de las lenguas clásicas, algunas palabras científicas se originaron en idiomas locales. El elemento potasio (K) tiene dos orígenes. Los alquimistas lo llamaron 'pot ash', ceniza de olla en alemán e inglés. El símbolo K viene de kalium, potasio en latín. El 'saltpeter', salitre o nitrato de potasio, es "sal de piedra" en latín.

Los principales elementos conocidos en el siglo XVIII fueron bautizados por Antoine Lavoisier, considerado el padre de la química, quien publicó su "Método de nomenclatura química" en 1787. Lavoisier usó terminología griega para describir las características de los elementos, así el hidrógeno (del griego agua y generar) es el que "hace agua", el oxígeno "hace óxidos" y el nitrógeno "hace nitratos" (del griego, nitrón, cuyo origen se cree que viene de Egipto para describir el salitre).

COMPLICACIONES

Paralelamente a la nomenclatura de los organismos vivientes surgió la necesidad de describir los fenómenos físicos y biológicos, los instrumentos y las condiciones patológicas de la medicina. La nomenclatura, que se había iniciado en griego y latín, continuó usando los idiomas clásicos y desde la geometría hasta la medicina fueron ampliando su vocabulario con raíces griegas y latinas, así tenemos la trigonometría (del griego gonos=ángulo, que "mide triángulos") y la tangente (del latín tangere = tocar; la línea que toca el círculo).
Cuando se estableció el sistema métrico bajo Napoleón se acordó usar el griego para las unidades y el latín para las fracciones. Así tenemos decámetro, hectómetro y kilómetro (diez, cien y mil en griego) y tenemos el decímetro, centímetro y milímetro (décima, centésima y milésima en latín). Los instrumentos también adquirieron nombres griegos: barómetro (del griego baro = peso y metrón = medir). Tacógrafo (velocidad y escribir), es un aparato que registra la velocidad.
El crecimiento acelerado de las ciencias durante el siglo XX dio origen a muchos nuevos nombres. Desde la astronomía hasta la medicina, pasando por la biología, la geología y la antropología, vieron descubrimientos trascendentales que requirieron nuevas nomenclaturas. La física y la nueva tecnología, agotaron los nombres griegos y tuvieron que apelar a la literatura y la imaginación para bautizar las nuevas partículas subatómicas. De estos nuevos nombres, así como de los de la medicina y la biología, nos ocuparemos próximamente.

Fuente: Diario El Comercio (Perú).

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Los mejores libros de divulgación científica reciente.

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Cerebros, arañas y magdalenas de Proust

Neurociencia, astrobiología, evolución, historia de la ciencia, rompecabezas matemáticos..., el tránsito de novedades de divulgación científica en los anaqueles de las librerías es constante. Una oferta para todos los gustos


Por: SERGIO C. FANJUL

La ciencia cada vez interesa más. Desde 2005 el número de libros de científicos editado ha subido más de un 18% y, a día de hoy, supone una décima parte de lo que se publica. Así, los anaqueles destinados a la divulgación en las librerías sufren un tránsito constante de libros que acercan los electrones, las neuronas, los dinosaurios, los abracadabras matemáticos o la evolución de las especies al lector medio. He aquí una selección de las últimas novedades en este sector.

Comprender el cerebro desde nuestro propio cerebro no es tarea fácil, pero los neurocientíficos no cejan en su empeño. Algunas de sus teorías y avances transcienden los muros de los centros de investigación y universidades convertidos en libros divulgativos. ¿Saben ustedes lo que es un kluge? Es el acrónimo en inglés para torpe, cojo, feo, pero bastante bueno (clumsy, lame, ugly but good enough). El cerebro es, así, un kluge, es decir, no es ni por asomo un diseño perfecto, sino que fue construido azarosamente por la evolución, colocando parches, repitiendo sistemas para realizar las mismas funciones, de una forma altamente ineficiente. Pero funciona. Dos libros parten de esa idea para indagar en la naturaleza del cerebro. Uno de ellos es Kluge (Ariel), de Gary Marcus, escrito de forma desenfadada y con humor. El otro, El cerebro accidental (Paidós), de David Linden, explica cuestiones tales como por qué tenemos una infancia tan larga, por qué somos monógamos, por qué tendemos a las creencias religiosas, entre otras características genuinas de la especie humana. Todo ello desemboca en una férrea defensa de la evolución frente a aquellos seudocientíficos que pregonan que, precisamente, el diseño del cerebro (y el mundo) no es accidental, sino inteligente. En esta dirección discurre Por qué la teoría de la evolución es verdadera (Crítica), de Jerry A. Coyne, que pelea contra el infantilismo científico del llamado diseño inteligente repasando los logros de la evolución cuyas bases sentó Charles Darwin hace 150 años, y que parece que todavía hay que recordar a algunos.

En La máquina de las emociones (Debate), Marvin Minsky divide el cerebro en una cantidad enorme de recursos que se activan o se desactivan dando lugar por igual a emociones y pensamientos. Ejemplo: cuando sentimos ira se activan los mecanismos que nos otorgan una fuerza y una velocidad inusuales, pero, al mismo tiempo, se desactivan aquellos que nos hacen ser prudentes. Así explica Minsky el amor, los estados de ánimo y hasta la consciencia, para luego aplicar estas ideas al desarrollo de las máquinas que piensan, es decir, la inteligencia artificial, en la que es experto.

En la frontera entre esas dos disciplinas que hemos dado en llamar ciencias y humanidades cabalga Proust y la neurociencia (Paidós), de Jonah Lehrer. La magdalena proustiana fue también un punto de partida para el joven neurocientífico: a partir de ella inició su proyecto de explicar biológicamente el fenómeno memorístico que permitió al autor francés escribir En busca del tiempo perdido, la naturaleza de la visión con la que Cézanne abordó su obra pictórica o los procesos cerebrales que hicieron crecer las Hojas de hierba del poeta Walt Whitman.

Siguiendo el hilo tenemos libros que ahondan en algunos momentos cruciales de la historia de la ciencia y del mundo que acontecía alrededor. La invención del aire (Turner), de Steven Johnson, narra la historia del descubrimiento del oxígeno por parte del científico inglés del XVIII Joseph Priestley, al tiempo que trenza en torno a él un retrato de la sociedad de la época, las ideas ilustradas y la Revolución estadounidense, también del cambio de paradigma y el inicio de la circulación libre de las ideas, entre otras muchas cosas. Nikola Tesla, el genio al que le robaron la luz (Turner), de Margaret Cheney, hace lo propio con una de las figuras indelebles de la física de la electricidad y el magnetismo y su tiempo.

Las matemáticas, como se repite hasta la saciedad sin que el sentir popular acabe de cambiar, también pueden ser divertidas: a demostrarlo dedicó gran parte de su vida el recientemente fallecido Martin Gardner. Desde su columna Mathematical Games de la revista Scientific American, Gardner comprendió e hizo comprender a los lectores todo tipo de rompecabezas matemáticos. RBA propone tres recopilaciones de sus artículos: ¡Ajá! Paradojas que hacen pensar, Matemáticas para divertirse y Rosquillas anudadas, indicadas para dar un poco de mambo a las neuronas. En Gödel para todos, Guillermo Martínez (autor a la sazón de la novela Los crímenes de Oxford) y Gustavo Piñeiro tratan de explicar con sencillez (aunque resulte una tarea ardua) el teorema de incompletitud de Kurt Gödel, que en 1930 trastocó las bases de la matemática y puso límites a lo que los matemáticos creían poder llegar a comprender.

Dando un brinco encontramos La vida en el espacio (Crítica), de Lucas John Mix, un volumen dedicado a la joven ciencia de la astrobiología, todavía algo desconocida e interdisciplinar (aúna la biología, la astrofísica, la química, la geología...), dedicada al estudio de la vida fuera de la Tierra.

Pero, bajando de las alturas, y ya que es verano, si a usted le aplatanan las altas temperaturas y el sosiego estival, pueblan los anaqueles un puñado de libros rigurosos a la vez que frescos y divertidos. Uno de ellos es ¿Por qué la araña no se pega a la telaraña? y otros misterios mundanos de la ciencia (Ariel). Tras este ingenioso título, Robert Matthews recopila las respuestas que durante años dio a preguntas, algunas ingenuas, algunas desconcertantes, pero todas ellas interesantes, que le plantearon semanalmente los lectores del periódico británico Sunday Telegraph: ¿por qué vuelven los bumeranes?, ¿por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos?, ¿cuál es el mayor número posible? Así, con buen ritmo y ayuda de los expertos, Matthews construye una visión de la ciencia útil, sorprendente y muy cercana a los lectores.

También Ariel lanza una serie de libros-guía: los 50 cosas que hay que saber de... en los que en solo cuatro páginas por tema, de forma muy didáctica, con resúmenes, recuadros explicativos y gráficos, se despacha lo esencial de disciplinas como la física, las matemáticas, psicología, economía... El de física, por ejemplo, trata temas como el principio de incertidumbre, la teoría del caos, la relatividad o el efecto fotoeléctrico. Resultan ideales para hacerse a vuela pluma una idea panorámica de cada ciencia. En 50 teorías científicas revolucionarias e imaginativas (Blume) tenemos más o menos la misma idea, pero en formato más cuidado, a todo color y con grandes ilustraciones (también lo hay de filosofía).

La oferta, como puede verse, es para todos los gustos: diferentes temas, enfoques y niveles de dificultad. Lo que sí que falta es la excusa para no ahondar este verano en la ciencia, a conciencia. No hay excusa.

Fuente: Diario El País, suplemento Babelia. 10/07/2010.