domingo, 11 de julio de 2010

Los mejores libros de divulgación científica reciente.

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Cerebros, arañas y magdalenas de Proust

Neurociencia, astrobiología, evolución, historia de la ciencia, rompecabezas matemáticos..., el tránsito de novedades de divulgación científica en los anaqueles de las librerías es constante. Una oferta para todos los gustos


Por: SERGIO C. FANJUL

La ciencia cada vez interesa más. Desde 2005 el número de libros de científicos editado ha subido más de un 18% y, a día de hoy, supone una décima parte de lo que se publica. Así, los anaqueles destinados a la divulgación en las librerías sufren un tránsito constante de libros que acercan los electrones, las neuronas, los dinosaurios, los abracadabras matemáticos o la evolución de las especies al lector medio. He aquí una selección de las últimas novedades en este sector.

Comprender el cerebro desde nuestro propio cerebro no es tarea fácil, pero los neurocientíficos no cejan en su empeño. Algunas de sus teorías y avances transcienden los muros de los centros de investigación y universidades convertidos en libros divulgativos. ¿Saben ustedes lo que es un kluge? Es el acrónimo en inglés para torpe, cojo, feo, pero bastante bueno (clumsy, lame, ugly but good enough). El cerebro es, así, un kluge, es decir, no es ni por asomo un diseño perfecto, sino que fue construido azarosamente por la evolución, colocando parches, repitiendo sistemas para realizar las mismas funciones, de una forma altamente ineficiente. Pero funciona. Dos libros parten de esa idea para indagar en la naturaleza del cerebro. Uno de ellos es Kluge (Ariel), de Gary Marcus, escrito de forma desenfadada y con humor. El otro, El cerebro accidental (Paidós), de David Linden, explica cuestiones tales como por qué tenemos una infancia tan larga, por qué somos monógamos, por qué tendemos a las creencias religiosas, entre otras características genuinas de la especie humana. Todo ello desemboca en una férrea defensa de la evolución frente a aquellos seudocientíficos que pregonan que, precisamente, el diseño del cerebro (y el mundo) no es accidental, sino inteligente. En esta dirección discurre Por qué la teoría de la evolución es verdadera (Crítica), de Jerry A. Coyne, que pelea contra el infantilismo científico del llamado diseño inteligente repasando los logros de la evolución cuyas bases sentó Charles Darwin hace 150 años, y que parece que todavía hay que recordar a algunos.

En La máquina de las emociones (Debate), Marvin Minsky divide el cerebro en una cantidad enorme de recursos que se activan o se desactivan dando lugar por igual a emociones y pensamientos. Ejemplo: cuando sentimos ira se activan los mecanismos que nos otorgan una fuerza y una velocidad inusuales, pero, al mismo tiempo, se desactivan aquellos que nos hacen ser prudentes. Así explica Minsky el amor, los estados de ánimo y hasta la consciencia, para luego aplicar estas ideas al desarrollo de las máquinas que piensan, es decir, la inteligencia artificial, en la que es experto.

En la frontera entre esas dos disciplinas que hemos dado en llamar ciencias y humanidades cabalga Proust y la neurociencia (Paidós), de Jonah Lehrer. La magdalena proustiana fue también un punto de partida para el joven neurocientífico: a partir de ella inició su proyecto de explicar biológicamente el fenómeno memorístico que permitió al autor francés escribir En busca del tiempo perdido, la naturaleza de la visión con la que Cézanne abordó su obra pictórica o los procesos cerebrales que hicieron crecer las Hojas de hierba del poeta Walt Whitman.

Siguiendo el hilo tenemos libros que ahondan en algunos momentos cruciales de la historia de la ciencia y del mundo que acontecía alrededor. La invención del aire (Turner), de Steven Johnson, narra la historia del descubrimiento del oxígeno por parte del científico inglés del XVIII Joseph Priestley, al tiempo que trenza en torno a él un retrato de la sociedad de la época, las ideas ilustradas y la Revolución estadounidense, también del cambio de paradigma y el inicio de la circulación libre de las ideas, entre otras muchas cosas. Nikola Tesla, el genio al que le robaron la luz (Turner), de Margaret Cheney, hace lo propio con una de las figuras indelebles de la física de la electricidad y el magnetismo y su tiempo.

Las matemáticas, como se repite hasta la saciedad sin que el sentir popular acabe de cambiar, también pueden ser divertidas: a demostrarlo dedicó gran parte de su vida el recientemente fallecido Martin Gardner. Desde su columna Mathematical Games de la revista Scientific American, Gardner comprendió e hizo comprender a los lectores todo tipo de rompecabezas matemáticos. RBA propone tres recopilaciones de sus artículos: ¡Ajá! Paradojas que hacen pensar, Matemáticas para divertirse y Rosquillas anudadas, indicadas para dar un poco de mambo a las neuronas. En Gödel para todos, Guillermo Martínez (autor a la sazón de la novela Los crímenes de Oxford) y Gustavo Piñeiro tratan de explicar con sencillez (aunque resulte una tarea ardua) el teorema de incompletitud de Kurt Gödel, que en 1930 trastocó las bases de la matemática y puso límites a lo que los matemáticos creían poder llegar a comprender.

Dando un brinco encontramos La vida en el espacio (Crítica), de Lucas John Mix, un volumen dedicado a la joven ciencia de la astrobiología, todavía algo desconocida e interdisciplinar (aúna la biología, la astrofísica, la química, la geología...), dedicada al estudio de la vida fuera de la Tierra.

Pero, bajando de las alturas, y ya que es verano, si a usted le aplatanan las altas temperaturas y el sosiego estival, pueblan los anaqueles un puñado de libros rigurosos a la vez que frescos y divertidos. Uno de ellos es ¿Por qué la araña no se pega a la telaraña? y otros misterios mundanos de la ciencia (Ariel). Tras este ingenioso título, Robert Matthews recopila las respuestas que durante años dio a preguntas, algunas ingenuas, algunas desconcertantes, pero todas ellas interesantes, que le plantearon semanalmente los lectores del periódico británico Sunday Telegraph: ¿por qué vuelven los bumeranes?, ¿por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos?, ¿cuál es el mayor número posible? Así, con buen ritmo y ayuda de los expertos, Matthews construye una visión de la ciencia útil, sorprendente y muy cercana a los lectores.

También Ariel lanza una serie de libros-guía: los 50 cosas que hay que saber de... en los que en solo cuatro páginas por tema, de forma muy didáctica, con resúmenes, recuadros explicativos y gráficos, se despacha lo esencial de disciplinas como la física, las matemáticas, psicología, economía... El de física, por ejemplo, trata temas como el principio de incertidumbre, la teoría del caos, la relatividad o el efecto fotoeléctrico. Resultan ideales para hacerse a vuela pluma una idea panorámica de cada ciencia. En 50 teorías científicas revolucionarias e imaginativas (Blume) tenemos más o menos la misma idea, pero en formato más cuidado, a todo color y con grandes ilustraciones (también lo hay de filosofía).

La oferta, como puede verse, es para todos los gustos: diferentes temas, enfoques y niveles de dificultad. Lo que sí que falta es la excusa para no ahondar este verano en la ciencia, a conciencia. No hay excusa.

Fuente: Diario El País, suplemento Babelia. 10/07/2010.

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